lunes, 11 de mayo de 2009

EL COMETA


Ya no esta, los cristales estaban empezando a desempañarse y el café cargado en exceso de la máquina, único compañero tangible ante las largas noches de invierno, se empezaba a enfriar paulatinamente. Aun así, yo no despegaba ni un segundo , ni tan siquiera un instante, mi obnubilada mirada hacia el infinito cielo, pero se había perdido.

Ese cometa que se encargo de romper el hastío de un trabajo rutinario y la monotonía de una esplendorosa noche, ese que desde un primer momento al aparecer ante mis ojos se mostró ante todo inquietante, capaz de romper mi cristal de indiferencia, tan cuidadosamente trazado, por desgracia ya no está.

De la aparente normalidad a la que parecía sujeto había algo que la dotaba de una gran belleza. No es que llevara una velocidad vertiginosa ni una majestuosa, brillante o cegadora cola, sino el aparente estado de razón del que parecía estar dotado, mostrado a través de una concatenación de contrarios en sus acciones como si se negara a formar parte de los cánones preestablecidos. Aunque lo haría no de una forma extremista sino a su manera, con un brillo discontinuo, una trayectoria aleatoria, haciéndole obtener el apelativo de libertad.

Y ante esto y como un acto mas espontáneo que de sensatez, decidí salir de esa cárcel de tecnología que sistematizaba mi vida. Al salir del observatorio me adentré en el bosque ignorando al frío asfalto que me devolvía a la ciudad, hasta encontrar un claro en el que se pudo observar el cielo, allí esbocé una leve sonrisa en mi hasta ahora imperturbable gesto y empecé a hacer del trabajo arte.